ES INQUIETANTE que el virus del ultranacionalismo y la xenofobia esté permeando en la vieja Europa de un modo que permite trazar tristes paralelismos entre este momento y el que se vivió en el periodo de entreguerras. Sin caer en alarmismos, se nos han olvidado demasiado pronto las lecciones que debiera estampamos la Historia, lo que nos convierte en presas fáciles de ese populismo que vende un pasado idealizado que nunca existió para erigirse en redentor de este presente tan incierta En la misma Alemania, los actos con motivo del 80° aniversario de aquella terrible Noche de los cristales rotos a la que siguió «la quiebra de la civilización», como expresó ayer Merkel, se han acabado transformando en una defensa de la democracia, en juego por el avance de la ultraderecha en cada cita electoral. El auge de los partidos antiestablishment afecta a todo Occidente y va acompañado de un incremento de los delitos de odio muy preocupante. En concreto, el antisemitismo se está disparando ocho décadas después de aquella jornada en la que el nacionalsocialismo mostró su verdadero rostro, se produjo un ataque generalizado en toda Alemania contra las propiedades de los judíos, se detuvo sin causa alguna a varias decenas de miles en cuestión de horas y se desató una orgía de violencia como antesala del Holocausto que estaba por llegar. En Francia, por ejemplo, en lo que llevamos de año los actos antisemitas han aumentado nada menos que un 69%. Y aún está muy reciente el atentado terrorista que a finales del mes pasado se cobró la vida de nueve personas en el ataque a una sinagoga en Pittsburgh (EEUU). Como exhortó ayer Merkel, los Estados deben mostrar tolerancia cero ante los ataques por odio racial o de fe, un cáncer que bien sabemos destruye nuestro marco democrático de convivencia. De ahí que no quepa sino avergonzarse por el episodio vivido esta misma semana en España, cuando se ha tenido que disputar un partido de waterpolo entre España e Israel a puerta cerrada y en un lugar distinto al previsto por las presiones del independentismo catalán en una embestida también contra el Estado hebreo. La inhibición del Gobierno ante el inadmisible boicot fue un baldón insoportable para cualquiera que aspire a que esta Europa no se parezca en nada a la de 1938.